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Si te has pasado antes por aquí, ya sabrás que normalmente los artículos de este blog tienen un tono ligero, porque ya bastante drama tiene el mundo. Sin embargo, hoy abandono mi habitual tono para reflexionar sobre un tema que puede agrietar alguna ampolla. Avisados quedáis.
Gabby Occur, Unplash |
Hoy hablamos de:
- El auge del mindfulness
- Relación entre mindfulness y meditación. Diferencias y semejanzas
- Beneficios del mindfulness y de la meditación
- Confundir meta y camino
- Fin último de la meditación. Esfera de lo personal y de lo social en la meditación
Greg Rakozy, Unplash |
Tampoco es tan nuevo. Hace ya bastante tiempo que observamos un aumento en el número y fervor del número de personas que practican eso que se ha dado en llamar mindfulness y que es capaz de acabar con el estrés, la depresión, el insomnio y el dolor, que mejora nuestro rendimiento en el trabajo, la concentración, la productividad, la memoria, la creatividad y enriquece las relaciones con nuestra familia y entorno. El mindfulness es la purga Benito.
No lo dudo.
Los que hemos dado a la
meditación un sitio importante en nuestras vidas sabemos que alcanzar un estado
de conciencia plena, aun en destellos efímeros, un momento en que nos
conectemos al presente, con lo que hacemos y sentimos, sin emitir juicios sobre
lo que experimentamos ni relacionar con ello emoción alguna, solo observar con
atención lo que pensamos, lo que percibimos y lo que sentimos, puede llegar a
cambiarnos.
Pero la falta de
atención al presente percibida como una fuente de infelicidad no es un
descubrimiento de este siglo, ni de ningún investigador occidental, rodeado de
instrumental, gráficas y sujetos de estudio. Me asombra que para dar alivio a
algunos de los problemas coligados a nuestro modo de vida, se pongan de moda, y
se tilden de novedosas, técnicas con más de dos milenios de antigüedad.
En definitiva, no hay
absolutamente nada en el mindfulness que no estuviera ya en las enseñanzas de
Buda y sus discípulos.
Creí que tal vez el
mindfulness estaría alejado de los aspectos religiosos o al menos más místicos
o espirituales que tradicionalmente se asocian a la meditación, pero resulta
que tampoco. Y en lo que llaman charlas motivacionales, algunas de ellas
verdaderos sermones, a las que he asistido, se repiten las mismas máximas que
pronunció Buda hace más de dos milenios como si acabaran de salir de la prensa
o de testarse en un laboratorio, occidental por supuesto.
Es sorprendente ver cómo
se extiende la fe en todo lo que venga del oeste, moderno, científico,
comprobable empíricamente, antes que en los viejos métodos del este,
impregnados, suponemos, de superstición y conocimiento mágico. Somos una
sociedad en que lo viejo no nos vale, consumimos la novedad y si no la tenemos,
la inventamos.
Supongo que muchas de
estas creencias satisfacen la necesidad que el hombre tiene de lo espiritual,
que no necesariamente de lo religioso, pero esa es otra cuestión y merece ser
tratada aparte. Digamos de momento que no hace falta convertirse a ninguna religión
para meditar, es más ni tan siquiera hace falta creer en la existencia de dios
alguno. Hay quien diría incluso que es más efectiva en aquellas personas que no
creen en la existencia de dios, pero ese también es otro tema.
Volvemos a lo que nos
ocupa. Sería mejor considerar el mindfulness una parte, y no tan importante, de
la meditación. Pero muchos toman el todo por la parte. Al principio, viendo
surgir a mi alrededor tantos practicantes devotos, convencidos y fascinados por
esta técnica del mindfulness —a lo mejor me estaba perdiendo algo que sí era nuevo—, le
pregunté a algunos conocidos, que empezaban a practicar mindfulness, por qué lo
hacían.
—Yo no medito; me parece
complicado y aburrido, pero el mindfulness me va muy bien.
Empecé a comprender que iba ser difícil enterarme
de qué iba todo aquello. Difícil porque cada uno define el
mindfulness, —más concretamente, qué hace cuando dice que hace mindfulness— de
manera diferente.
—Bien. Y en tus ratos de
práctica de mindfulness, ¿qué haces exactamente?
Encontré en las
respuestas confusiones en cuanto a objetivos y procedimientos, ejemplos de
sinécdoque y otras curiosidades:
—Pues me concentro en la
respiración, la escucho, la siento.
—Vacío mi mente de
pensamientos. Dejo de juzgarlos si se presentan.
—Relajo el cuerpo y trabajo
la observación.
En
fin, que practicaban Pranayana, Vipassana y otras técnicas milenarias que no
necesitan validación occidental, confundiendo además técnica y objetivo, porque
la meditación es la práctica y el momento de conexión al presente, que perdemos
por estar viviendo en el pasado o en el futuro, una de las consecuencias
posibles.
No digo que no vayan
bien encaminados. Ciertas habilidades de meditación eventualmente y no siempre,
y no solo, conducirán a un estado, pasajero, demasiado breve, frágil pero
increíblemente hermoso, de conciencia plena. Y muchos de los practicantes de MF
no olvidan la importancia de dejar ir el intento de controlar y dirigir el
cambio, del deseo, y trabajan para acallar el ego. Observan la mente pero
también el cuerpo y más allá, lo que rodea al cuerpo, en ausencia de juicio y
emoción. Desearían ver las cosas tal como son, es decir, contemplan.
Si haces todo eso,
siento decepcionarte, amigo practicante del mindfulness, pero puede que estés
meditando. La buena noticia es que no tienes por qué anclarte en una visión
reduccionista de lo que haces. ¿Por qué conformarte con el MF si eres capaz de
meditar?
Pero otros, bastantes
practicantes de MF, ni siquiera buscan la profundidad de análisis que requiere verse,
de verdad, tal como uno es. Eso demanda un tipo de esfuerzo y arrojo al que no
están dispuestos. Quieren técnicas sencillas, fáciles de dominar, a ser posible
de trabajo físico, tangible, que les ayuden a no sentir dolor mientras siguen
con su vida incambiada, desean rebajar el sufrimiento y la insatisfacción sin
indagar en sus causas; ser felices, en definitiva, sin analizar por qué no lo
son.
En cuanto a los
beneficios. Por supuesto que el mindfulness sirve para mitigar, aunque no
siempre, los síntomas de la ansiedad, la depresión o la percepción del dolor,
porque la meditación es el instrumento. Pero aquí va una advertencia y un
recordatorio de que ni meditación ni MF son la purga Benito. Atención: no a
todo el mundo conviene la misma práctica de meditación. A veces, son incluso
perjudiciales para alguno de los trastornos mentales más comunes y provocan o
agudizan precisamente los mismos efectos que pretenden aliviar. Siempre hay que
tener cuidado al utilizar técnicas que no conocemos en profundidad ni dominamos,
como un medicamento vendido sin receta. Este es un tema complicado, lo sé. Es
cierto que hay muchos estudios que han tratado de testar los beneficios de la
meditación, pero muchos de ellos son estudios parciales, o sobre conceptos
complejos y difíciles de aprehender, que hacen difícil la comparación de
resultados. Empieza siempre con sesiones cortas y guiado por un profesional y huye,
hacia la comisaría más cercana, de cualquier supuesto gurú que afirme que puede
curar el cáncer.
Dejo para el final el
que creo que es mi mayor escrúpulo contra el MF. Algo intrínsecamente perverso.
Ya he comentado antes
que muchos practicantes del mindfulness buscan resultados, la meta y no el
camino. Conocí un vendedor que se ejercitaba en el MF para aprender a manipular a
sus clientes potenciales y obtener así mejores tratos. Algún otro que usaba la
«calma mental» que le daba el MF para conocer mejor a sus competidores y
escalar puestos directivos en su compañía, un jefe que deseaba «manejar» a sus
empleados. El colmo fue este:
—Desde que practico MF
puedo mantenerme frío en cualquier discusión mientras desestabilizo al
contrario. Podría hundirlo en cualquier momento. Ya no me gana nadie.
Por supuesto, no estoy
diciendo que todos los que practican el MF tengan esos cuestionables valores
morales, pero son respuestas que nunca he encontrado en practicantes de,
pongamos por caso, la meditación corriente y moliente.
Tampoco pretendo tachar
de inmorales a los que buscan el éxito profesional u obtener beneficios
económicos, pero creo que es una perversión de los ideales de la meditación el
usarla para buscar el beneficio personal por encima del de los demás. Parecen
olvidar que uno de los principios de la meditación, tal vez esté aquí la
verdadera diferencia con el MF, es transformarnos a nosotros mismos en seres de
paz, y ser una fuente de bienestar no solo para nosotros mismos, sino para los
demás. Una mente pura regida por valores morales como la honestidad, el
respeto, el amor, la justicia, la tolerancia o la responsabilidad. Ese es para
mí el fin último de la meditación y la principal diferencia con la mayoría de
los seguidores del MF que no pasan de ese estadio utilitarista e infantil y que usan las técnicas de meditación como alguien usa una escalera para llegar
más alto o un bebé usa un chupete para calmarse.
No voy a presumir de
ética intachable. Probablemente, la motivación de la mayoría de todo el mundo,
y me incluyo, al empezar a meditar fue egoísta: nos sentíamos mal, nerviosos,
tristes, apáticos, y queríamos dejar de sentirnos así, buscábamos dejar de
sufrir. El motivo fue egoísta e individual, de acuerdo.
Pero el objetivo último
de la meditación no lo es. Se medita para cambiar el mundo. Pero para eso, primero
debemos cambiarnos a nosotros mismos y luego, convertidos en mejores personas, podremos
darnos al mundo. Porque: ¿qué bien vamos a dar al mundo si dentro de nosotros
no hay más que dolor y rabia?
Después de curar nuestro
interior, salimos de nuestro círculo, como una mariposa de la crisálida, para
ser un influjo positivo en los demás, para marcar una diferencia en nuestro
entorno. Solo así nuestra vida tiene sentido, solo así es importante. No
ganando más dinero que nuestros amigos ni alcanzando los más altos puestos de
poder y prestigio, sea lo que sea eso.
Conozco a muchos
aprendices de diferentes caminos de meditación —obviamos las escuelas, que ya
nos estamos metiendo demasiado en las zarzas— cuya ausencia se nota, en el buen
sentido se entiende, de los que se puede decir con sinceridad: «Si no
estuvieras tú, el mundo sería un lugar peor». A eso deberíamos
aspirar.
Los que en lugar de
mindfulness le llamamos meditación, no nos preocupa ser parte de una corriente
que lleva en marcha hace miles de años y han practicado millones de personas
antes que nosotros. ¿Y qué si has llegado el último? Ríndete a lo viejo, a lo
ya testado, saluda al este, pero reconócelo: no haces mindfulness; meditas.
Y recuerda que se puede
practicar meditación —o mindfulness
si se quiere, me rindo— mientras se hace running,
o se corre, mientras nos hacen una mani-pedi, o nos limarnos una uña rota, no
hace falta buscar un coach motivacional
teniendo a Buda ni tampoco necesitamos un weekend
in a retiro en una yurta.
Bienvenido
a la meditación.
Melissa Askew, Unplash |
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